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“Crónica de Arte”. Per José Hierro. Crítica a l’exposició a la Sala Toisón de Madrid

"Crónica de Arte". Per José Hierro. Crítica a la Sala Toisón
“Crónica de Arte”. Per José Hierro

Carloandrés

Es innegablemente un pintor serio, honesto, buen conocedor del oficio, este Carloandrés que expone en Toisón. Posee esa privilegiada retina levantina – prescindamos de su nacimiento en Galicia-, esas dotes casi naturales de pintor que tanto bien hacen a un artista y tanto mal son capaces de hacerle si se deja llevar por la facilidad.

Yo he conocido la época en que los pintores de San Carlos, en Valencia, abominaban de la obra de Sorolla. Quizá con ello, inconscientemente, atacaban no a Sorolla, sino a los Sorollistas, plaga que convirtió en tópico huero el arte del hoy poco estimado maestro. Para antisorollizar se refugiaban en Pinazo o, más de cerca, seguían los pasos de Pedro de Valencia.

No sé por qué: pero me alegra ver en Carloandrés la huella, remota, de Sorolla, tal como puede existir en un pintor de hoy, joven, conocedor de las vueltas que ha dado la pintura en estos años. La luminosidad del levante español, los juegos de blancos, tierras encendidas, malvas cálidos están presentes en la paleta de Carloandrés. Pero el rigor de la composición nos habla de que ya no hay improvisación, mancha ante el natural, sino arte sometidos a estructuras geométricas, cezannianas.

Y tampoco hay pinceladas desflecadas, arte de “pensat i fet”, sino planos rigurosos, que son arquitectura envuelta en claridad, tratados con primor, con gusto por la materia necesaria, tan distinta de los alardes de oficio que suelen ser normales en muchos pintores no figurativos. Tal vez haya un recuerdo en estas obras de la pintura de Villá, aunque cito el dato como pura referencia, que no significa imitación.

En resumen, una obra interesante y seria, y una tentativa de volver a la realidad no “realizando” lo abstracto, sino enfrentándose a las formas de la vida.

José Hierro 1964. Madrid. Sala Toisón

“Sobre Carloandrés” Pel Marqués de Lozoya

Estamos asistiendo, en certámenes y mercados internacionales de Arte, al triunfo de los abstractos españoles, cuya primacía se debe al solido y profundo “oficio” que se enseña –ya casi exclusivamente- en las cuatro escuelas nacionales de Bellas Artes de España y que da una fuerza y un valor singulares a las obras concebidas según las normas estéticas más avanzadas. Pero es un gran error de la crítica de nuestro tiempo el no apreciar las altas calidades de este “oficio” cuando se manifiesta, desnuda y sinceramente, en la interpretación del mundo exterior.

Por esto creo que, aun los críticos afiliados a la estética de lo no figurativo, debieran detenerse a estudiar los cuadros de Carloandrés, este pintor tan fiel a sí mismo, tan incapaz de farsas y de componendas, alumno de la escuela de Valencia, gran vivero de pintores. Porque en cualquier trozo de su pintura, por ejemplo, en la negra sotana del canónigo Bartolomé, hay las mismas armonías de colores, el mismo afanoso estudio de la pura materia, que buscan los abstractos. El error de no apreciar estos aciertos en la pintura realista es semejante al de los críticos de comienzos de este siglo, en plena reacción contra la pintura “de Historia”, que se negaban a valorar las más altas calidades pictóricas cunado estaban aplicadas a la dalmática blasonada de un heraldo o a la armadura de un guerrero

Cuando un artista o un poeta novel me preguntan a cual de las actuales corrientes estéticas en pugna han de afiliarse, les suelo contestar: “Sea Vd. sincero. Pinte o escriba escuchando sólo su voz interior evitando el dejarse captar por algo que no siente, sólo porque está “de moda”, solamente tienen un valor permanente lo que es reflejo fiel de una personalidad humana.” Carloandrés ha tenido el acierto supremo de la fidelidad a su propia alma y por esto su obra tiene un valor que permanecerá, en tanto veremos hundirse en los abismos del olvido las creaciones de muchos, seducidos por los cantos de sirena de críticos y marchantes, que están convirtiendo el campo de la pintura actual en algo inmensamente monótono y aburrido. Esto, a mediados del siglo XX es un signo de valentía comparable al de los impresionistas de 1870 y al de los cubistas de 1900, pintando lo que sentían ante el escándalo de un público burgués – el mismo público que ahora compra pintura abstracta sin entenderla -. En una de las ocasiones en que fui jurado en la Bienal de Venecia, como un mecenas hubiese ofrecido un premio al cuadro más atrevido y valiente, propuse que se concediera a una pintura tradicional y figurativa.

Carloandrés, este valenciano establecido en Ibiza, se ha penetrado de la prodigiosa belleza de la isla, descubierto ahora por el mundo internacional de los artistas y de los viajeros y ha tenido la fortuna de pintar el deslumbramiento del sol sobre los albos muros payeses.

En el conjunto de su tarea prefiero los retratos, como el magnífico de Monseñor Isidoro Macabich, que será la imagen definitiva que quede a la posteridad del más insigne de los valores culturales ibicencos, y los pequeños apuntes llenos de gracia y frescura. Y que, bien mirados, son también “pintura abstracta”, aun cuando el juego de sus blancos, de sus ocres y de sus azules nos emocionan con la evocación de unas casas del barrio de la Peña, bajo la augusta pesadumbre de sus murallas

El Marqués de Lozoya

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