Una obra interesante y seria, y una tentativa de volver a la realidad no “realizando” lo abstracto, sino enfrentándose a las formas de la vida
Es innegablemente un pintor serio, honesto, buen conocedor del oficio, este Carloandrés que expone en Toisón. Posee esa privilegiada retina levantina – prescindamos de su nacimiento en Galicia-, esas dotes casi naturales de pintor que tanto bien hacen a un artista y tanto mal son capaces de hacerle si se deja llevar por la facilidad. Yo he conocido la época en que los pintores de San Carlos, en Valencia, abominaban de la obra de Sorolla. Quizá con ello, inconscientemente, atacaban no a Sorolla, sino a los Sorollistas, plaga que convirtió en tópico huero el arte del hoy poco estimado maestro. Para antisorollizar se refugiaban en Pinazo o, más de cerca, seguían los pasos de Pedro de Valencia.
No sé por qué: pero me alegra ver en Carloandrés la huella, remota, de Sorolla, tal como puede existir en un pintor de hoy, joven, conocedor de las vueltas que ha dado la pintura en estos años. La luminosidad del levante español, los juegos de blancos, tierras encendidas, malvas cálidos están presentes en la paleta de Carloandrés. Pero el rigor de la composición nos habla de que ya no hay improvisación, mancha ante el natural, sino arte sometidos a estructuras geométricas, cezannianas. Y tampoco hay pinceladas desflecadas, arte de “pensat i fet”, sino planos rigurosos, que son arquitectura envuelta en claridad, tratados con primor, con gusto por la materia necesaria, tan distinta de los alardes de oficio que suelen ser normales en muchos pintores no figurativos. Tal vez haya un recuerdo en estas obras de la pintura de Villá, aunque cito el dato como pura referencia, que no significa imitación.
En resumen, una obra interesante i seria, y una tentativa de volver a la realidad no “realizando” lo abstracto, sino enfrentándose a las formas de la vida.